El laureado escritor Gabriel GarcÃa Márquez estableció que “de la historia lo único que me interesa es el futuro”. Su tesis bien podrÃa aplicarse a la República Dominicana en sus inconsistentes relaciones con la vecina República de HaitÃ, que por las riñas pretéritas no nos dejan avanzar hacia la construcción de relaciones de hermandad, cordialidad y distensión.
Lo que la Republica Dominicana mantiene con Haità en el siglo XXI es una “guerra frÃa”, donde las hostilidades se manejan en la diplomacia y en los medios de comunicación, buscando quien se dé más “vejigazos”. Es un altercado permanente.
El año 2013 fue el más candente: de este lado evacuamos una sentencia racista y xenófoba (la 168-13). Ellos –el gobierno de HaitÃ- armaron su artillerÃa diplomática y a nivel internacional nos reventaron, presentándonos como un pueblo segregacionista, donde impera un “apartheid del caribe”.
Fueron incontables las crÃticas, objeciones y bochornos que en todo el mundo se les infligió al paÃs por esa medida de exacerbación étnica contra la minorÃa de ascendencia haitiana instalada en la parte este de la isla y los inmigrantes hambrientos que buscando subsistir, han venido a nuestro territorio.
Hubo consenso en que se trató de una decisión racista evacuada por el Tribunal Constitucional, a pesar de ser la nuestra una república de mulatos (81%), negros (9-10%) y un escaso 8% de blancos.
Una reprobación -dura y humillante-, y la hizo el coreano Ban Ki Moon, Secretario General –en el momento- de la Organización de Naciones Unidas (ONU), en la visita que hizo a suelo dominicano, quien con escasa sutileza nos volvió a recriminar por la sentencia xenófoba en cuestión, y lo hizo nada más y nada menos, que en el augusto escenario de la Asamblea Nacional, frente a frente a los legisladores dominicanos, a quienes les espetó “…trabajar para resolver la situación de las personas que corren el riesgo de perder la nacionalidad, a raÃz de una sentencia judicial dictada en septiembre de 2013 que establece los parámetros para adquirir la nacionalidad dominicana y que afecta, en su mayorÃa, a los de origen haitiano”.
Fue tal la zurra diplomática que nos propinó Haità a nivel internacional, que el Presidente tuvo que buscar un bajadero legal para devolverle la nacionalidad a los dominicanos de ascendencia haitiana que habÃamos desnacionalizado con la sentencia del Tribunal Constitucional y apresurados, se evacuó una nueva ley para corregir la condición de apatridia en que colocamos a decenas de miles de ellos, y la regularización de los migrantes del paÃs vecino que están en condición de ilegales (Ley 169-14).
En la relación bilateral HaitÃ-República Dominicana predominan las aprensiones y desconfianza. Es la adversidad de un matrimonio conflictivo, que prefiere las hostilidades antes que el diálogo comprensivo, proactivo y tolerante.
Hay que concluir que lo que existe es una relación anclada en el pasado, donde lo único que se reivindican a ambos lados son las hostilidades remotas entre ambas naciones caribeñas, culturalmente distintas, pero hermanadas por la geografÃa.
Y lo peor de todo, el nacionalismo a ultranza a ambos lados de la isla, está sacando provecho y ensanchando estas malquerencias y rivalidades fútiles.
Hagamos como el Premio Nobel Gabriel GarcÃa Márquez: usemos la historia solo para el futuro y pasemos a construir una relación entre Haità y la República Dominicana basada en el entendimiento, el respeto y reconocimiento recÃproco, y veremos que asà resultará mejor para ambas naciones.
Ubiquémonos en el siglo XXI. La tirria de los siglos XIX y XX es historia pasada.